Aunque Franco anunció el 1 de abril de 1939 que la guerra había terminado, lo cierto es que ésta se prolongó penalmente hasta el 1 de abril de 1969, cuando se promulgó un decreto de la Jefatura del Estado por el que se extinguían las responsabilidades de cualquier tipo dimanantes de la contienda bélica.
NORTE DE CASTILLA.ES / Fue entonces cuando empezaron a dar señales de vida alcaldes, militantes de partidos políticos y sindicatos del bando perdedor, que permanecían escondidos como auténtico ‘topos’ desde la contienda por miedo a las represalias.
La historia de estos ‘topos’ de Béjar comienza al amanecer del día 21 de julio de 1936, cuando la ciudad contempla la primera luz del día rodeada de unidades del ejercito que habían llegado desde Plasencia y Salamanca. Los Guardias Civiles, armados con ametralladoras y fusiles rodearon el pueblo y tomaron posiciones elevadas. El alcalde, Eloy González, recibió un telegrama de su yerno, teniente de infantería de Salamanca, aconsejándole que rindiera a los 9.000 vecinos de la ciudad para evitar una carnicería.
Así que cientos de vecinos que en los días anteriores habían montado barricadas (al estilo de las que en el año 1868 defendieron la ciudad de las tropas carlistas) en las entradas de la ciudad más industrial y con un movimiento obrero más importante de la provincia de Salamanca, huyeron a los montes para continuar allí la lucha. Sin embargo, una docena de ellos consiguieron esconderse en sus casas donde permanecieron agazapados en recobecos durante nueve, quince o veinte años.
Uno de estos bejaranos fue Ángel Blázquez, militante de la UGT y de la CNT del ramo de la construcción y posteriormente recepcionista del Hostal Residencia Blázquez, propiedad de un sobrino de igual nombre. Blázquez fue uno de los escondidos que más tiempo pasó en su topera, en total cerca de 20 años, desde el 30 de julio de 1936 hasta el 24 de diciembre de 1955.
Cuando la guerra llegó a Béjar, Blázquez tenía 23 años y cuando salió de su escondite, superaba ya los 43.
En Béjar las luchas obreras fueron frecuentes, debido a su abundante población ocupada en el ramo del textil, desde principios del siglo XX. La industria textil, principal sector productivo, contempló diversos altercados que incluso hicieron necesaria la intervención del Instituto de Reformas Sociales como los sucedidos en 1909 y en 1914 que duraron respectivamente más de un año cada uno de ellos. También hubo motines populares de participación más alta como el llamado ‘Motín del Pan’ que sacó a la calle a los vecinos de Béjar por la subida del precio de las subsistencias y en el que Blázquez obtuvo, siendo aún un niño, su bautismo de fuego en las luchas sociales, presenciando los saqueos de la población a las tiendas de telas, ultramarinos, fábrica de harina y el robo de armas (que en aquel entonces se vendían en las ferreterías) en los dos comercios de la ciudad, Ferretería Viuda de Apolinar Fraile y la que era propiedad de Lino Rodríguez Arias.
En 1934 se produjo otro motín debido a la supresión de las concesiones de la uniformidad del ejército que hasta ese momento se facturaban en Béjar. Esta decisión no solo ocasionaba un enorme ‘stock’ en las fábricas, sino la ruina para los fabricantes y la miseria para los obreros. Se produjo un gran motín que intentó ser sofocado por la caballería, contra la que uno de los obreros disparó y provocó una carga militar por las calles de Béjar.
Aunque Blázquez afirmó que no participó en los actos subversivos, al día siguiente, 7 de octubre, fue detenido y conducido a la prisión de Salamanca. Comenzó entonces su primera experiencia con la cárcel. El consejo de Guerra se reunió el 26 de mayo de 1935 (días antes se había declarado por la Republica el estado de guerra en Béjar) y fue condenado a año y medio de prisión, aunque posteriormente fue puesto en libertad y escapó a Portugal. El país luso le expulsó al estar indocumentado y fue entregado a las autoridades republicanas quienes lo encarcelaron primero en la prisión de Hervás y luego en la de Salamanca. Con el triunfo del Frente Popular se benefició de la amnistía decretada y regresó a Béjar. Pero cuando a primero de agosto le llamaron a filas, decidió no presentarse y en vez de incorporarse a su regimiento se escondió en su casa de la que no saldrá hasta el 24 de diciembre de 1955.
Según el testimonio del mismo Blázquez, hoy ya fallecido, las condiciones de su topera eran pésimas, de unas dimensiones de cinco metros de largo, por dos de ancho, cincuenta centímetros en la parte más baja y un metro veinticinco centímetros en la más alta, el zulo estaba ubicado en un falso techo en la calle Alojería bajo los rigores del calor del verano y del frío en el invierno. La comida se la daba su madre a cucharadas, subida en lo alto de una estufa, desde donde se llegaba a un pequeño agujero en la campana de la chimenea, ya que el plato no cabía y los líquidos los sorbía mediante una pajita.
El interminable tiempo lo consumía leyendo libros “leí Los tres Mosqueteros, Veinte años después, Cuatro de Infantería, un tratado de medicina antigua desde la época de Galeno y un libro de Gregorio Marañón titulado Amor, conveniencia, eugenesia, que puedo relatar de memoria”, declaró Blázquez en una entrevista a María Ruipérez.
Finalmente, el alcalde de la ciudad textil, Victorino Vizoso y Ernesto Izar, conocedores de su situación intervinieron por él ante el gobernador de Salamanca y acordaron iniciar los trámites necesarios en Madrid, entre ellas la visita al director general de Seguridad para que pudiera salir de su escondrijo. Una vez revisado el caso y visto que no tenía cuentas pendientes con ningún tribunal, la Dirección General de Seguridad dejó el caso en manos del Gobernador de Salamanca y éste en las del alcalde de Béjar, quien el 24 de diciembre de 1955 mandó llamar a Blázquez para comunicarle su nueva situación y aconsejarle que no se metiera en política.
Otro de los bejaranos inquilinos de estas toperas fue Manuel Sánchez que aprovechó sus conocimientos en albañilería para construir rápidamente en su casa un tabique suplementario y esconderse detrás de él. Se introducía en la estrecha cámara por una rendija a ras de suelo, tapada desde el interior por un cartón blanco y desde el exterior por un voluminoso y pesado armario. Allí estuvo escondido durante nueve años.
Otro bejarano, Antolín Hernández, un factor ferroviario, permaneció escondido en su zulo durante 17 años, hasta que el padre Barceló, el jefe de los teatinos, lo sacó de su escondrijo, lo llevó a Salamanca y lo sacó de la cárcel, pero murió en 1958, ya que sus años escondido entre dos tabiques de la cocina donde no se podía apenas mover y menos caminar habían hecho mella en su salud.
El presidente del Frente Popular, Dámaso Hernández, que era carnicero, también pasó años en su topera, primero en su propia casa, con su mujer y sus hijos, y luego trasladado en un mueble hasta un nuevo zulo en casa de unos parientes donde permaneció hasta el año 1945, cuando Franco firmó el indulto. También salió de su topera por aquel entonces Raimundo Castellano, que era el único que tenía un fusil en el año 1936 que había recogido de un camión militar accidentado junto al puente de Río Frío.
Son algunos de los topos de Béjar, se piensa que más de 100 antes del año 1945, que vivieron escondidos en la España de la postguerra.
La última topera
En el año 2008 se descubrió en Béjar la última topera de la que se tiene noticia, gracias a las obras de remodelación de una antigua mercería en la calle Mayor de Pardiñas. El edifico donde se encontró este escondrijo es una construcción popular de la ciudad bejarana cuya construcción data del año 1718. Esta vivienda tenía una planta baja con bodega. Al parecer el escondite estaba encima de la bodega y se accedía a él desde dentro de la casa, sin necesidad de entrar por la calle, por lo que era más seguro para quien pretendía ocultarse.
Tiene apenas cinco metros cuadrados y algo más de un metro cincuenta de altura, por lo que se hace difícil imaginar que alguien pudiera pasar parte de su vida allí. Son las medidas de una ’topera’ encontrada en la localidad salmantina de Béjar y que sus descubridores han respetado tal y como estaba, ya que creen que allí se escondió un hombre para evitar represalias durante la Guerra Civil o la posguerra.
En su interior se han encontrado objetos que también arrojan datos sobre cómo pudo vivir ’el topo’. Una cazuela, un jarabe para la tos, de un tal doctor Lozano, cuya farmacia aparece en los archivos de la ciudad en el año 42, así como sellos de Franco, escrituras o una botella de licor. Los artículos que se encontraban en ’la topera’ también hacen indicar que seguramente dormía durante la noche en la casa, porque no había cama. Dentro del zulo había artículos que hacen indicar que los utilizaba "para matar el tiempo", ya que se ha encontrado una imagen de la Virgen de los siete puñales que está pintada con esmalte de uñas, una pistola tallada en madera y un Estatuto de los Trabajadores del Textil catalán de 1945, que podría haber utilizado como lectura.
Ahondando más en la historia, descubrieron muchos espejos y creen que servirían para reflejar la claridad que llegaría de los agujeros, ya que la persona que allí se escondía leía, arreglaba zapatos y hacía manualidades, según apunta lo que encontraron.