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Candelario Opina

Los municipios de la comarca que superan los 200 vecinos no llegan a una docena

C. Bermejo/Tribuna

No es un fenómeno nuevo, ni mucho menos. Se remonta a las primeras décadas del siglo XX. Los vecinos de las zonas rurales lo saben bien. Pero ahora ellos mismos nos invitan a reflexionar sobre este fenómeno. Se trata de un trasvase al parecer irreversible, de los habitantes del medio rural hacia las ciudades.

Entre las comunidades autonómicas más afectadas por este éxodo de los jóvenes y menos jóvenes hacia los grandes núcleos de población está Castilla y León, y entre las provincias figura la de Salamanca y la comarca de Béjar. Este farolillo rojo en el número de habitantes lo comparten también en alguno de los municipios comarcanos con el de no tener entre sus vecinos niños menores de cuatro años. Es decir, que desde hace al menos esa fecha no nacen niños entre sus vecinos.

TRIBUNA habla con los vecinos de algunas de estas localidades como La Hoya con 34 censados, Navacarros con 130 o Vallejera de Riofrío, con 63 vecinos. Son localidades del interior, con un clima frío, con pocas perspectivas de crecimiento industrial, con un progresivo declive de sectores como la agricultura o la ganadería, que no ofrece grandes esperanzas laborales a sus vecinos y mucho menos a las generaciones venideras.

La comarca disminuye su población. Los datos censales de la comarca así lo explican. Lo más grave es que este goteo no cesa: se van muriendo los ancianos, los jóvenes huyen a la capital salmantina, casi no hay nacimientos y las perspectivas de futuro son poco halagüeñas.

Navalmoral de Béjar con 53 personas censadas, Aldeacipreste con 118 habitantes o Valbuena con sólo 34 vecinos son dos ejemplos claros de esta despoblación.

Hay que tener en cuenta, además, que muchos de estos habitantes no residen habitualmente en el pueblo, sólo están censados allí y acuden, sobre todo, durante los meses de verano. Se trata de la última esperanza. En verano muchos pueblos llegan a triplicar su población. Son muchas las personas que, aunque han tenido que buscar trabajo en las grandes ciudades, continúan manteniendo una especial relación con el pueblo y acuden a él para pasar las vacaciones, los fines de semana o los puentes.

Desplazarse a cualquier pueblo de estas zonas en el resto de las estaciones del año es toparse de lleno con la soledad, el silencio y la decrepitud.

Quedan algunas familias jóvenes inquietas y emprendedoras. Pero son una minoría y, cuando sus hijos comiencen la Enseñanza Secundaria o el Bachillerato, tendrán que buscar otra solución. Gracias a las rutas del servicio de autobús escolar muchos pueden viajar hasta Béjar, pero otros no sólo quieren ir a clase, sino que ya piden a sus padres mudarse a la ciudad para poder salir con sus amigos.

Lo más preocupante es que la mayoría de los habitantes de estos pueblos son jubilados y superan los sesenta años. Ilusión no les falta, pero notan la ausencia de un relevo generacional y de la alegría de los niños y jóvenes.

1 comentario

galibier -

Este espinoso tema sí debería preocupar a nuestros políticos. Aún no han procurado ni una sola iniciativa creíble para fijar la población,que pasa ,naturalmente,por crear puestos de trabajo. La nieve cuando viene, se derrite después igual que las ideas de nuestros gobiernos,solo sirven para el momento.